En el vasto teatro de la vida cotidiana capturado por la lente de una cámara, cada interacción, cada cruce casual de caminos puede parecer una narrativa entrelazada.
En mis exploraciones a través de la fotografía callejera, he notado un patrón curioso: casi siempre, cuando dos personas aparecen en el mismo plano, parece inevitablemente que están juntas, formando un grupo de dos.
No importa si realmente tienen alguna conexión; la proximidad en el encuadre crea una ilusión de compañía y de relación. Mis fotografías suelen seguir este esquema: dos sujetos, uno en cada lado del encuadre, destacando el contraste entre ellos. Esta disposición no solo equilibra la composición, sino que también intensifica la narrativa visual que sugiere su unión.
Sin embargo, este fenómeno me lleva a cuestionarme:
¿cómo puedo desafiar esta percepción?
¿Cómo puedo capturar imágenes donde estas dos figuras coexisten pero claramente no tienen nada que ver la una con la otra?
Experimento con diversas técnicas para romper esta aparente conexión:
uso de líneas divisorias en el encuadre, diferencias en la profundidad de campo para separar los sujetos visualmente, o capturando momentos en los que sus expresiones o acciones sugieran historias divergentes.
Cada foto se convierte en un estudio sobre la independencia en medio de la proximidad, sobre la soledad en la multitud.
Así, cada imagen no solo captura un momento, sino que también plantea preguntas sobre la naturaleza de nuestras interacciones urbanas.
¿Somos verdaderamente parte de los grupos que formamos en el fugaz teatro de la calle, o somos sólo actores solitarios que comparten brevemente el mismo escenario?
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