Miguelitor
Crítica & Talleres de Fotografía callejera
PING-PONG: UN TRAVIESO JUEGO VISUAL.
Vive la fotografía de calle una época dorada en la que multitud de fotógrafos y fotógrafas salen cada día a la calle dispuestos a atrapar el pulso de la vida en imágenes tomadas al vuelo. Unas imágenes que con poco o ningún reposo empiezan a circular por las redes sociales para desaparecer rápidamente como tormentas de verano. Aunque no resulta fácil que algunas perduren más allá de esas horas de gloria que las redes conceden, a veces nos encontramos con trabajos que emergen de ese mar de imágenes dispuestos a subsistir. Es el caso de Ping-Pong, el proyecto en el que Miguel Marina ha venido trabajando a lo largo de los últimos años y en el que nos ofrece su peculiar mirada sobre el discurrir de la vida cotidiana en distintas ciudades del mundo, aunque con especial protagonismo de Hong Kong, su ciudad de residencia. Unas fotografías que dialogan entre sí en un maridaje visual para componer dípticos divertidos e inteligentes y que son el mejor testimonio de su progresión y compromiso como fotógrafo.
Susan Sontag se refirió a lo difícil que le resultaba considerar la existencia de estilo en fotografía, llegando incluso a negar la posibilidad de su existencia. En la misma línea, Umberto Eco apuntó a la existencia del relativismo estilístico en el mundo actual en el que no habría estilos sino sensibilidades, puesto que cada estilo puede tomarse y dejarse al antojo del fotógrafo según su interés y su estado de ánimo. Sin embargo, en algunas ocasiones somos capaces de reconocer una autoría genuina en una serie de imágenes hermanadas por una mirada original. Así, ante las fotografías que configuran Ping-Pong se vislumbra claramente un ojo bien entrenado en las escenas de calle y atento a las relaciones entre los elementos a encuadrar en el visor. Una mirada atrevida y algo gamberra pero interesada por la cruda humanidad de sus personajes y que denota la curiosidad incontenible de lo que, recordando a Sergio Larraín, podríamos definir como un verdadero “cazador de milagros”.
Las fotografías que configuran este trabajo pueden considerarse herederas del momento decisivo de Cartier-Bresson, tanto porque suponen una captura con un disparo preciso y certero de momentos fugaces e irrepetibles, como por ser imágenes sinceras y honestas de situaciones cotidianas de la vida real. Estamos ante encuadres que incluyen a hombres y mujeres capturados de forma espontánea mientras realizan sus quehaceres diarios y que son un testimonio de que el fotógrafo vivió un estado de gracia cuando tomó la foto. Pero a ese humanismo de autores como Cartier-Bresson o Willy Ronis, Miguel une un sentido del humor y una picardía que nos recuerdan las instantáneas irreverentes de Elliott Erwitt o de Matt Stuart, fotógrafos dotados de una ironía traviesa y capaces de arrancarnos una sonrisa con sus guiños visuales. Tampoco faltan en Ping-Pong imágenes con un marcado tono poético y que reflejan la soledad del hombre o la mujer que habita en las grandes ciudades. Hermosas estampas urbanas capaces de despertar nuestra imaginación con su ambigüedad: ¿quiénes son, qué sienten, qué hacen?
Son diversas las estrategias visuales que Miguel despliega en este trabajo
para atrapar el interés del espectador y que sirven para construir unas imágenes en las que a la coherencia entre la forma y el contenido, en ocasiones hay que añadir una hermosa plasticidad monocroma. Pero se trata de recursos utilizados de forma mesurada e inteligente y siempre al servicio de una idea. Así, los reflejos, las sombras, el desenfoque, la trepidación, el ritmo, el recorte de figuras, el contraste o las similitudes se van alternando en sus imágenes sin llegar a saturar al espectador con una repetición machacona.
Sin olvidar el ingenioso uso de la interacción entre muchos de los personajes de sus fotos y el fondo visual, quizá sean la similitud y el contraste los recursos que mejor caracterizan el estilo de Miguel. La maestría con la que se sirve de la similitud entre elementos incluidos en el encuadre es evidente en muchas de sus imágenes, valga como ejemplo aquella en la que un grupo de hombres sentados leen la prensa con posturas corporales semejantes, algo que nos sugiere una cierta uniformidad de la sociedad china. Una similitud que no solo encontramos dentro de cada imagen, sino también entre imágenes que han sido emparejadas en un cuidadoso, y no exento de ingenio, proceso de edición. Así, una señora que se mete el dedo en la nariz nos recuerda el hocico del cerdo que acabamos de ver en la fotografía que lleva emparejada, y la mirada va de un lado al otro recordándonos a esa pelota nerviosa que salta por encima de la red en el tenis de mesa.
También merece la pena destacar su inteligente uso del contraste, un recurso cuya importancia ya había sido destacada por Johannes Itten, profesor de la Bauhaus, por su capacidad para despertar el interés del espectador atento a las relaciones entre elementos visuales. Un observador que disfruta buscando y hallando esas disparidades, sobre todo cuando no son demasiado evidentes y requieren de cierto esfuerzo intelectual. Pensemos, por ejemplo, en la imagen tomada en el metro de Hong Kong, en la que un hombre occidental bien trajeado y erguido destaca entre una serie de personas asiáticas con posturas y vestimentas más informales y “conectadas”. Una escena que bien podríamos interpretar como una velada referencia a las diferencias culturales entre un occidente individualista y narcisista frente a una sociedad oriental más colectivista pero también en plena transformación cultural que la coloca en una situación de mayor vulnerabilidad a las nuevas tecnologías. Un choque de culturas que en Hong Kong se manifiesta con una especial crudeza. Y es que más allá del divertido juego visual que nos propone, Ping-Pong también nos ofrece un buen relato de corte antropológico en el que la sociedad asiática es la principal protagonista.
Alfredo Oliva Delgado
Doctor en Psicología y Profesor Titular del departamento de Psicogía Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla